Nunca fueron ilustres, nunca el agua mansa les arrastró,
nunca el rastro del sumiso conformismo atisbo en sus caras,
nunca los
marcaron “grandes de la palabra”,
pero siempre han dicho
lo suyo a tiempo.
Ya no son tantas estrellas
como para eclipsar el día
pero siguen atrapando el firmamento con su lucha,
sus reivindicaciones otros las rindieron ya,
pero siguen retumbando tambores a su
paso.
Mirada firme, puño en alto, señales
de humo
muestran corazones agonizantes ante un futuro negro.
Patrona solo
una.
Arrastrados por decisiones ajenas,
al amparo
de una Europa que nos dió gato por liebre,
en medio de una nada
que se nos escapa como el humo entre los dedos,
exigen respeto, dignidad, decencia.
Me asomo a la ventana, pierdo la vista en un horizonte
lejano y vislumbro entre sombras un
hombre, anónimo para todos, no para mí.
Gesto recio, genio en la mirada, manos
grandes y desgastadas, en la derecha
sujeta un corazón, en la izquierda un pulmón. Tose, no emite ruido alguno, hace
mucho tiempo de eso, no recuerda la respiración. Trae un himno bajo el brazo.
No estáis solos compañeros.
Aún
recuerda la punzada en el pecho de aquel que emigra a buscar algo mejor. Aún
recuerda su marcha lenta,
la lucha
incansable por un futuro mejor,
por un plato caliente para sus hijos.
Sube un peldaño y baja dos, no
se rinde, retoma la escalada.
Le sudan las manos. Cae al suelo, pelea, se levanta.No se rinde.
Sonríe con la intensidad de los momentos.
En la cabeza un casco, mono sucio, aroma a carbón.
Me ahogo en el suspiro que intento acallar
me tiende su elegía,
la de Unamuno a Ramón Sijé:
COMPAÑERO DEL ALMA COMPAÑERO.
Desnudo mi rabia porque me enseñó que aún en la lucha
el
Odio se combate con Amor,
que la libertad es un derecho innato, que no adquirido,
el de no CLAUDICAR.